lunes, noviembre 27, 2006

Producto garantizado

La vida en las sociedades modernas carga a los individuos de estrés y preocupaciones. Trabajo, estudios, relaciones sociales, familia, hipotecas, desempleo,... ocupan demasiado espacio en nuestras vidas como para complicarnos en otros asuntos que supongan un consumo de energía excesivo. No es de extrañar, por esta misma razón, que busquemos actividades sencillas en las que invertir nuestros escasos momentos de ocio, ocupaciones que requieran poca concentración y esfuerzo.
Es por eso por lo que, ante la posibilidad de adquirir un producto o disfrutar de un servicio, esperamos que ofrezca unos requisitos mínimos que nos garanticen un rendimiento adecuado, a fin de evitar molestias o trastornos innecesarios.
No me parece desmesurado exigir un cumplimiento mínimo de lo estipulado en el contrato; aun así, no lo solicito. No pido que me garanticen que durante (pongamos) dos años funcionará como el primer día, aunque incluso las lavadoras ofrecen un periodo más amplio de garantía.
No quiero que consuma poca energía, ni que su manejo sea sencillo. Que no ensucie; que sea silencioso y discreto; que no resulte potencialmente peligroso para los usuarios... no es imprescindible.
No necesito disponer de un teléfono de atención técnica que funcione 24 horas al día los 365 días del año (366 en año bisiesto), ni de un servicio gratuito de reparaciones. No busco la mejor oferta, el precio más competitivo. No quiero que me lo cambien por otro producto en caso de que no cumpla mis expectativas o si no funciona según lo esperado. Tampoco pretendo que me devuelvan la diferencia si lo encuentro más barato en otro establecimiento. No pretendo que incluya regalos o que venga acompañado de un manual de instrucciones de doscientas páginas o que esté asegurado a todo riesgo.
No aspiro a que combine con las cortinas o la tapicería del sofá ni que huela a lavanda. Mucho menos que sea 100% reciclable y que respete el medio ambiente; que no contenga CFC o gluten, que sea apto para diabéticos y vegetarianos.
No espero que cubra perfectamente mis necesidades o que se adapte a mi capacidad intelectual.
No necesito que resuelva ecuaciones de tercer grado, que sepa reparar cualquier instalación eléctrica o cambiar las bujías del coche. No quiero que limpie el polvo ni que haga la colada o que vaya al supermercado en mi lugar.
No es preciso que me traiga el desayuno a la cama, que me dedique frases románticas o que nunca se olvide del cumpleaños de mi madre. No pido que sepa recitar poesía, citar a autores célebres o hablar quince idiomas.
Sólo pido que me aseguren que me hará un poquito más feliz... tal vez así me decida a enamorarme.

martes, octubre 17, 2006

Batentzako bakarrik...

Iruzur baten biktima izan naiz
Bihotza lapurtu didate
-Zorakeria bat-
Nire erlojua atzeratu egiten da
-Paradoxa bat-
Nire bihotza aurreratu egiten da...
Segundua bat, mende bat.
Hemen eta orain, ez dut ulertzen.
Tristea da, baina ez zaio ardura.
Oroitzapena urdinegi da.

martes, septiembre 19, 2006

Ahora sí. El verano se acaba, las mañanas huelen a colegio, a otoño. Uno se da cuenta cuando vuelve de las vacaciones, el último viaje del verano. Entonces, una mañana se levanta y ve que no brilla el sol. Es la misma hora de siempre, pero aún no ha amanecido del todo. Aún el cielo es como una acuarela gris y rosa.
Y otra vez se encuentra ante el precipicio de lo nuevo, aunque nunca será tan nuevo como la primera vez. Pero siempre aparece el hormigueo, ese miedo a lo desconocido. El salto al vacío. Como salir a un escenario para actuar ante un público expectante. Como un funambulista en la cuerda floja, no puede dar un paso en falso. El primer movimiento es fundamental.
Pero el tiempo vuela y Uno se pasa la vida despidiéndose. Despidiéndose de gente a la que, tarde o temprano, volverá a ver. ¿Realmente merece la pena? ¿Cómo renunciar al desconsuelo que producen los «adiós», los «buen viaje», los «escríbeme», los «iré a visitarte» o «volveré pronto»...?Así, Uno termina por no parecerse a sí mismo. Se convierte en una fotografía sepia, un retrato desdibujado. Sólo un recuerdo...

sábado, agosto 26, 2006

Ruegos y preguntas

Accediendo a las peticiones de mis lectores, publico un poema (estoy horrorizada). No hay mejor modo de demostrar mi ineptitud con el verso que acceder a vuestros ruegos.
Cualquier ser humano (es más, cualquier criatura viviente) es capaz de escribir mejor poesía que ésta. Como muestra, baste un breve ejemplo de poesía ecléctica, obra de mi hermana Elena: «Nada una rata entre excrementos, / mientras saboreas tu sopa de Avecrem» (y eso en cinco segundos... como comentario a mi poema).

Rutina

Late un árbol entre rascacielos.
Todo se repite infinitamente, por primera vez.

Volver a calzar medias de asfalto,
botas de raíles,
peinar tendido eléctrico,
dibujar con el dedo un plano irregular,
perderse en el laberinto de tentáculos.
Girar...
Besar palabras con los ojos,
fortaleza de libros polvorientos.
Tos. Silencio.
Subir escaleras.
Y después,
volver, peinar, dibujar, besar, toser...
A veces, una mariposa
-suave y silenciosa, como enamorarse-.
Volver...

Ya sabéis, se admiten peticiones, pero que cada uno cargue con las consecuencias de sus actos.

martes, agosto 22, 2006

Medusa-woman

A Elena
Pues sí, fíjate qué suerte tengo... así me van las cosas, ¿qué quieres que te diga? Ya no me extrañaría nada... ¿Tú has visto Spiderman? Pues igual, yo igualita... pero versión medusa. Más asqueroso, si cabe... Y menos práctico... porque, a ver, convertida en medusa... ¿a quién voy a salvar? ¿Te imaginas? ¿Qué clase de habilidades tendría? ¿Qué iba a hacer? ¿Picar a los malos? ¡Uuuh, qué miedo! Seguro que se ponen a llorar... pero de risa... Al menos, sería comestible, ahora que se ha puesto de moda la cocina oriental...
Todo el verano estudiando, sin salir de casa y, para un día que salgo, mira lo que me pasa... Si es que no puede ser... no puede ser. Si llego a saberlo, me quedo con mi libro de cálculo. Que estamos en agosto y estoy más blanca que los guiris... que la gente me habla en inglés... hasta por teléfono... Yo es que sigo la estética del siglo XIX, así palidita, que no me dé el sol... es que es la última moda, ¿sabes?
¿Y qué? El otro día digo: voy a ir a la playa, a ver si se me quita esta cara de ecuación de segundo grado que tengo... pero ya es suerte, ¿eh? Lo mío es de película... pero de película de terror... Lo que yo te diga...
Seguro que sólo había una medusa en la playa. Una solita, perdida. La medusa despistada. Porque no había más, que eso lo sé yo... que si no, habría más gente afectada, ¿no? Que no voy a tener yo tanta suerte... O habrían puesto la bandera amarilla... Pero es que tuvo que tocarme a mí. Sólo había una y me tocó a mí. A mí me tuvo que picar... Seguro que ni siquiera era una medusa... seguro que era un tentáculo que flotaba por ahí, a la deriva... Pero bueno, ¡¿qué le vamos a hacer?! Soy yo, soy yo... No podía pasarme nada bueno, no. ¿Ves? Si yo lo sabía... te tenías que haber quedado estudiando, me dije... si ya lo sabías, si siempre te pasa lo mismo... Pero no. Tenía que ir a la playa... No podía ir al cine o a dar una vuelta por el centro. No. Tenía que ir a la playa. Y bañarme. Justo donde estaba la medusa... Vamos, que lo mío no tiene nombre...
Y de eso, ¿cuánto hace? ¿tres? ¿cuatro días? ¿Y la picadura? Pues ahí sigue... Y cada vez me pica más... En vez de desaparecer... No. Ahí está. Incordiando...
Por eso digo lo de Spiderman... Que al chico, que era un alfeñique, le picó una araña... y mira cómo se puso. Que así cualquiera. Pero yo... ¿yo? Con la suerte que tengo... Ya verás... Que de superhéroe no tengo nada... Yo soy del club de ciencias... con mis gafitas y mi boli en el bolsillo... Y porque no soy un tío, que si no, llevaría camisa de cuadros... Y por muchas arañas que me piquen, no me voy a convertir en una heroína... Y mucho menos si me pica una medusa... Ya ves... Ni aunque me picara una ballena... Que vale, que las ballenas no pican, lo sé. Era por poner un ejemplo de algo muy grande... Que seguro que hay algo grande que pica, pero que a mí, ahora, así de pronto, pues no se me ocurre nada... Pero algún bicho habrá... Pero yo, de fauna, poco... Eso sí, de integrales y derivadas, pregúntame lo que quieras... lo que quieras... Que después de pasarme el verano entero estudiando, algo sabré contestarte...
Pero nada más... que la medusa no va a mejorar mis habilidades físicas... Además, ¿qué iba a hacer? Igual me vuelvo transparente o fosforesco (¿fosforesco? ¿eso existe?); emito fosforescencias... Pero poco más... A lo mejor me vuelvo blandengue... ¡uy, qué asco! Y eso, ¿para qué sirve? Para nada.
Pero las medusas no saben matemáticas... así que no me sirve para nada ser medusa-woman... para nada. Sólo me faltaba suspender el examen. Y no me extrañaría... después de tanto estudiar... un suspenso. Eso es.
Pues, ¿sabes qué? Como me suspendan el examen, pico al profesor.

miércoles, agosto 16, 2006

Despedidas

Hoy sopla poniente. Hay huellas de gaviota en la arena y las caracolas se amontonan en la orilla. El aire agita una sombrilla solitaria. El cielo pálido del verano se vuelve de un azul intenso que anuncia la llegada del otoño. El mar ya no es turquesa; es frío y verde y gris.
Una ráfaga hace volar la sombrilla, que cae al agua. Navega como una balsa con un mástil desnudo.
Los últimos turistas atrapan los rayos templados del sol. Las gotas de agua resbalan por la espalda de los bañistas más osados, formando meandros, y la sal dibuja estrías sobre las pieles tostadas.
La improvisada embarcación se aleja y los colores de su casco de tela se reflejan en la superficie brillante del mar.
Las olas baten el espigón y rompen en miles de diminutos cristales blancos, salpicando las rocas. El viento desplaza los cirros deshilachados.
A todos nos invade esa dulce melancolía de los atardeceres. Pero después de cada final siempre comienza otro ciclo. Y todos los principios son nuevos, como regalos. Y el otoño nos sorprenderá con sus hojas doradas en los árboles, sus paraguas de colores, su cielo gris y sus charcos, sus despertadores...
Y, aunque aún vendrán días calurosos y el sol nos saludará en alguna mañana brillante, nos hacemos a la idea de que se acaba el verano. Y nos despedimos –adiós, calor; adiós, vacaciones; adiós, sandalias...

Y el verano se nos escapa –como un puñado de arena– entre los dedos...

martes, agosto 15, 2006

Alquiler

Es que aquí no existe tanta tradición de alquilar pisos como en el resto de Europa. En otros países, la mayoría de la gente vive de alquiler. Las familias enteras y durante toda su vida. Pero aquí no. Aquí nos gusta ser propietarios, saber que tenemos todos los derechos sobre las cuatro paredes entre las que vivimos.
–Sí, pero... ¿y la libertad que supone no tener ninguna responsabilidad (o propiedad) que te ate a un lugar determinado? Nunca se sabe las vueltas que puede dar la vida y un día estás aquí y, al día siguiente, allí. Además, la hipoteca es como el peso de hierro que arrastran los reos, un grillete en torno al tobillo.
–¿Pero con qué seguridad puedes vivir si, un día, el hijo, la sobrina o el tataranieto del propietario decide independizarse (así cualquiera) y ¡zas!, como por arte de magia, tu contrato de alquiler no se renueva?

El papel del arrendador es tan sacrificado... Siempre pendiente de las necesidades del inquilino, tratando de solucionar los problemas que puedan surgir de la manera más pacífica posible (que se ha fundido la luz de la cocina, que la lavadora hace un ruido raro, que hay una gotera en el cuarto de baño), que viva a gusto, que no tenga quejas... pero que tampoco provoque protestas entre los vecinos. Es difícil encontrar al arrendatario adecuado. Muy difícil. Quizá un comprador potencial. A lo mejor llega a convertirse en propietario de la vivienda alquilada.
Y cuando crees que lo has encontrado, que está hecho a la medida del piso, que se va a quedar para siempre... De pronto, un día, dice que se va, que te avisa con un mes de antelación, según lo estipulado en el contrato, que ha surgido algo, que tiene que trasladarse... Y hace las maletas, empaqueta sus pertenencias, y amontona cajas de cartón en el pasillo, junto a la puerta; cajas en las que garabatea palabras que definen su contenido –libros, discos, zapatos–,...
Y, de nuevo, la casa vacía. Sólo te ha dejado una capa de pintura azul en las paredes del dormitorio, algunas perchas de plástico y un bolígrafo que rodó debajo del sofá.

El último inquilino se ha marchado... y sólo me ha dejado telarañitas...

lunes, agosto 14, 2006

¡Encontrada!

Muchas veces no hay que buscar las historias; ellas te encuentran a ti. Pueden estar en cualquier parte –escondidas, acechando– y, cuando menos lo esperas, te asaltan y te obligan a coger el bolígrafo. A veces se disfrazan de noticias del telediario, o te esperan en una frase que escuchaste en la calle, o se transparentan en algo que pasó... o que no pasó.
Pero las cosas han cambiado mucho, los cuentos de hadas ya no son lo que eran. Ahora los príncipes son estudiantes distraídos y soñadores; los caballeros andantes luchan sin demasiado éxito contra los contratos abusivos; las princesas bostezan sirviendo mesas en bares grasientos; los náufragos envían sus mensajes en servilletas arrugadas –Gracias por su visita– y los dragones están en peligro de extinción.
–¡Camarero! Una ración de ancas de rana... a ver si emparento con la familia real.

martes, agosto 08, 2006

Verano

Hacía apenas 1.538 centésimas que habían activado la protección ambiental O3 y ya resultaba difícil encontrar un espacio en el que ubicar la esterilla de confort vertical.
Encontré un hueco a siete filas de la orilla y extendí allí mi toalla de 30x30 metapíxeles color equinol, tratando de ocupar dos puestos.
Estiré el cuello para localizar a mi acompañante, que se había quedado atrás compactando su vehículo para almacenarlo en el aparcamiento comunitario situado a la entrada del recinto de disfrute estival 124. La afluencia masiva de personas complicaba mi labor. Sólo veía filas de hormigas deslizándose por las rampas de acceso. Cuando le vi aparecer bajo el arco de metacrilato, empecé a agitar los brazos y a llamarle por su nombre para que me localizase entre la multitud, de manera que mis vecinos de esterilla se volvieron para reprobarme por la contaminación acústica que estaba causando.
Mi compañero llegó lo más deprisa que pudo, después de esquivar a una unidad familiar numerosa que se había desplazado hasta el recinto pertrechada de todo tipo de electrodomésticos para la protección solar y el preparado de alimentos. Saludé su llegada con optimismo, ya que en aquel momento se acercaba hacia mí un sujeto de género masculino con un IMC bastante elevado y una incipiente alopecia, para reprenderme –según me permitió averiguar mi telepatía- por ocupar dos posiciones con mi toalla.
Después de aplicarnos la solución autobronceadora, permanecimos en silencio uno al lado del otro, en posición vertical y rodeados por todas partes de la multitud transpirante, a medida que las ondas sonoras se amplificaban a nuestro alrededor.
Estaba totalmente concentrada tratando de calcular la periodicidad con que las ondulaciones de la superficie heliográfica llegaban a la orilla, cuando la voz de mi compañero me sacó del letargo en el que estaba sumida:
-Parece que la melanina no acude a la llamada del astro rey.
Giré la cabeza para observarle. Mis músculos faciales reaccionaron, los pómulos se me contrajeron elevando las comisuras de los labios. Realmente su aspecto era risible. Alto, desgarbado, con el pelo pajizo y la epidermis tan blanca que reflectaba todos los rayos de la enana blanca que nos iluminaba.
-Desde luego,- confirmé –tu dermis no parece dispuesta a captar los rayos UVA.
La verdad es que mi superficie corporal tampoco se había oscurecido demasiado, pero, a su lado, parecería que me pasaba todas mis fracciones temporales no lectivas en el recinto de disfrute estival.
-¿Por qué no nos sumergimos en el fluido clorurado? –sugerí.
Mi propuesta fue aceptada inmediatamente y cruzamos las seis líneas que nos separaban de la orilla. Dimos unos pasos sobre la superficie blanda elaborada a base de fósiles triturados y nos acercamos al líquido que, al entrar en contacto con mis extremidades inferiores, provocó el descenso, en varios grados, de mi temperatura corporal.
-Esto me recuerda tanto al mar...-comentó mi compañero mientras chapoteaba en la sustancia cian.
-Pero si nunca lo has percibido visualmente –contesté.
-Ya, pero me lo imagino:
«El mar. La mar.
Sólo la mar...»- recitó ensimismado-.
-Es de un poeta del siglo XX del segundo milenio –añadió después de un silencio.
El estudio de las lenguas y la literatura antiguas le habían hecho adoptar esa forma tan arcaica de expresarse verbalmente. Incluso, a veces, llegaba a pensar que él percibía el entorno de un modo distinto, que –como él decía- lo “disfrutaba”. A mí, sin embargo, mi especialización en estructuras sólo me había proporcionado una posición de utilidad en el sistema social.
-Mi estómago se está quejando –exclamó al cabo de un corto periodo temporal.
-Sí, creo que es hora de ir pensando en el avituallamiento.
Nos acercamos hacia un puesto que ofrecía el servicio de intendencia y esperamos a que los encargados atendiesen a los individuos que habían llegado antes que nosotros y ya hacían cola ante el mostrador.
Mi acompañante logró causarme cierto sentimiento de estupefacción cuando nos tocó el turno. Mientras yo pedía una ración de mi habitual dieta hipocalórica, él se construyó un menú tan variado como discordante. Abonamos el importe con nuestras tarjetas sintéticas y nos retiramos a deglutir a uno de los espacios acondicionados para tal fin dentro del recinto.
Una vez concluido el proceso de la digestión, volvimos a ocupar nuestros puestos sobre los fósiles triturados para recibir rayos UVA.
A medida que pasaba el tiempo, más núcleos familiares con individuos menores de edad ocupaban el espacio y hacían que los decibelios creciesen hasta casi alcanzar el límite máximo permitido en el recinto. Los infantes correteaban distorsionando el orden riguroso de las filas y columnas de esterillas y sus familiares adultos se expandían, con sus útiles y aperos, en parcelas de una superficie muy superior a la recomendada.
La intensidad de los rayos luminosos empezó a decrecer y, poco después, anunciaron por los altavoces que la protección O3 dejaría de funcionar en 5.600 décimas.
Poco a poco, de manera más o menos ordenada, las personas fueron abandonando el recinto por las salidas indicadas. Nos aproximamos a una de las filas y, de nuevo, tuvimos que hacer cola para recoger nuestro vehículo.
Una vez descompactado, nos introdujimos en él y nos desplazamos lentamente detrás de otros medios de transporte por las vías de circulación.

Conclusión: ¡Odio a los domingueros!

lunes, mayo 01, 2006

Sin pretensiones

Lo admito: esto del blog me está enganchando… debe de ser por un cierto afán de exhibicionismo. A todos nos gusta que nos escuchen o, en su defecto, que nos lean.
Este espacio es como una tribuna desde la que hablar ex catedra, urbi et orbe y todo eso.
Además, tengo la posibilidad de decir lo que quiera. Tan pronto puedo lanzar un discurso erudito y pedante sobre la abstracción de los conceptos poéticos, como ofrecer unos consejos prácticos sobre bricolaje casero.
Así que, aprovechando las posibilidades que ofrece la red, quiero hacer –como Mafalda y las participantes de los concursos de belleza– un llamamiento a la paz mundial.
Eso sí, sin pretensiones.

sábado, abril 29, 2006

Seguro que ninguno es pastelero, pero a todos os gustan los pasteles...

He descubierto algo:
Ahora resulta que los teóricos de la literatura son mucho peor que los poetas. Espero no acabar así, aunque la verdad es que tengo todas las cartas (¿o debería decir papeletas?) para que me pase…
Si algún día empiezo a decir cosas tales como que las isotopías son como milhojas y el tenedor –con el cual atraviesas todas las capas– es la significación, empezad a preocuparos por mí. Sobre todo, por el hecho de que sea capaz de pinchar milhojas de hojaldre sin que se rompan (eso sería la deconstrucción). Esas son las afirmaciones de un célebre (en su ámbito, evidentemente) teórico al que no voy a nombrar porque, además de teórico, es profesor –lo cual puede tener consecuencias nefastas para mí–.
Pues bien, además de esta profunda enseñanza, nos ha revelado otras grandes verdades que permanecían ocultas para nuestras ignorantes mentes y que jamás podríamos llegar a deducir debido a la simplicidad de nuestras redes neuronales.
Así que, haciendo gala de ese altruismo que me caracteriza, voy a compartir con vosotros los nuevos conocimientos adquiridos acerca de la literatura en general y de la poesía en particular. No es necesario que me lo agradezcáis, es un acto de generosidad en beneficio de la humanidad.
La poesía no es sólo esencia, algo espiritual y profundo. También tiene una parte material (el ritmo, las palabras, etc.). Las mujeres –siempre según el mencionado teórico– solemos inclinarnos (en todos los ámbitos de nuestra vida) por el aspecto profundo y etéreo de las cosas. Sin embargo, los hombres tienen tendencia a ser más estructuralistas (a fijarse en las estructuras); esto explica que los albañiles silben a las chicas desde los andamios.
Por otra parte, cuando la poesía trata de romper los esquemas clásicos en el plano material, experimenta con nuevas formas métricas, buscando el “antirritmo”. Ahora viene lo interesante: «El ritmo es como la ropa que se usa para ir a trabajar o a clase y el antirritmo serían los trajes que nos ponemos para ir a las bodas».
¡Y yo sin saberlo! ¿Cómo he podido vivir todo este tiempo sumida en la ignorancia más absoluta? Menos mal que ahora he logrado salir de la caverna y ver la luz…

jueves, abril 27, 2006

La mesa de IKEA

Ayer me compré una mesa en IKEA. Es una de esas mesas pequeñas, de color azul, 45x45x35 cm., muy fáciles de montar y que te puedes llevar cómodamente por el módico precio de 9,95 euros.
En el paquete ponía que pesaba 5 kilos. Cuando la cogí –ingenuamente feliz– me dije: «¡esto no pesa ni medio kilo!». Evidentemente, eso fue antes de pasearla en cercanías, desde Alcorcón hasta Madrid, pasando por Méndez Álvaro para comprar un billete de autobús, y andando desde Pirámides hasta Puerta de Toledo. Entonces ya no pesaba cinco kilos, sino cinco toneladas.
Ahora entiendo por qué, al pagar la compra, la cajera te pregunta sonriente cuál es tu código postal: así se lo pasarán en grande pensando hasta dónde tendrán que arrastrar los infelices clientes sus nuevos muebles. Diversión garantizada.
Al menos, el montaje es fácil. Cuestión de dos minutos.

miércoles, abril 26, 2006

Deconstrucción

Empiezo a comprender a Derrida y, dentro de poco, me habré vuelto deconstruccionista y suicida...
¿Así que era cierto eso que decía Nietzsche de que Dios ha muerto y es imposible interpretar? Creo que esto de relacionarme tanto con poetas me está afectando profundamente...
Siempre he dicho que de mayor quería ser pedante pero, a lo mejor, esto ya es demasiado...
En fin, abortaré maniobra antes de acabar incluyéndome en el grupo de los "poetas malditos" porque nadie me comprende...

martes, abril 25, 2006

Escaparse...

En esto ha quedado el papel. En la era digital se ha perdido todo el romanticismo de la letra escrita... así que ya no necesitamos para nada la celulosa y éste es el mejor uso que se le puede dar... sobre todo si el barquito nos sirve para escapar del más absoluto aburrimiento que pueden llegar a causar las divagaciones poéticas de unos cuantos escritores o algo por el estilo...

(La foto es de Juan Antonio, siempre respetando los derechos de autor)

domingo, abril 23, 2006

¿To blog or not to blog? That is the question...

A ver... necesito que alguien me explique esto. Me encontraba navegando felizmente por los dominios de Bill Gates (como dice mi mami) y, de pronto, sin saber cómo, cuándo ni por qué, me encuentro con un blog.
Yo no lo he pedido. No quería un blog para nada. Pero los ordenadores se rebelan, tienen vida propia y, no contentos con eso, acaban organizándote la tuya. De pronto, me he encontrado con que tengo un blog (algún día tendré que analizar esta palabra), ¡qué responsabilidad! Esto es como tener un hijo... voy a tener que atenderlo, estar pendiente de él... (espero que las computadoras aún no hayan desarrollado esa capacidad aunque, a estas alturas, me espero cualquier cosa).
En fin... ahora que lo tengo, no puedo abandonarlo. Es mío. No sé cómo ha podido ocurrir... debe ser que no he tomado las precauciones necesarias. Pero bueno, haré lo que pueda...
Si algún día naufragáis como yo lo he hecho, aquí tenéis una isla desde la que mandar un mensaje en una botella.