martes, agosto 08, 2006

Verano

Hacía apenas 1.538 centésimas que habían activado la protección ambiental O3 y ya resultaba difícil encontrar un espacio en el que ubicar la esterilla de confort vertical.
Encontré un hueco a siete filas de la orilla y extendí allí mi toalla de 30x30 metapíxeles color equinol, tratando de ocupar dos puestos.
Estiré el cuello para localizar a mi acompañante, que se había quedado atrás compactando su vehículo para almacenarlo en el aparcamiento comunitario situado a la entrada del recinto de disfrute estival 124. La afluencia masiva de personas complicaba mi labor. Sólo veía filas de hormigas deslizándose por las rampas de acceso. Cuando le vi aparecer bajo el arco de metacrilato, empecé a agitar los brazos y a llamarle por su nombre para que me localizase entre la multitud, de manera que mis vecinos de esterilla se volvieron para reprobarme por la contaminación acústica que estaba causando.
Mi compañero llegó lo más deprisa que pudo, después de esquivar a una unidad familiar numerosa que se había desplazado hasta el recinto pertrechada de todo tipo de electrodomésticos para la protección solar y el preparado de alimentos. Saludé su llegada con optimismo, ya que en aquel momento se acercaba hacia mí un sujeto de género masculino con un IMC bastante elevado y una incipiente alopecia, para reprenderme –según me permitió averiguar mi telepatía- por ocupar dos posiciones con mi toalla.
Después de aplicarnos la solución autobronceadora, permanecimos en silencio uno al lado del otro, en posición vertical y rodeados por todas partes de la multitud transpirante, a medida que las ondas sonoras se amplificaban a nuestro alrededor.
Estaba totalmente concentrada tratando de calcular la periodicidad con que las ondulaciones de la superficie heliográfica llegaban a la orilla, cuando la voz de mi compañero me sacó del letargo en el que estaba sumida:
-Parece que la melanina no acude a la llamada del astro rey.
Giré la cabeza para observarle. Mis músculos faciales reaccionaron, los pómulos se me contrajeron elevando las comisuras de los labios. Realmente su aspecto era risible. Alto, desgarbado, con el pelo pajizo y la epidermis tan blanca que reflectaba todos los rayos de la enana blanca que nos iluminaba.
-Desde luego,- confirmé –tu dermis no parece dispuesta a captar los rayos UVA.
La verdad es que mi superficie corporal tampoco se había oscurecido demasiado, pero, a su lado, parecería que me pasaba todas mis fracciones temporales no lectivas en el recinto de disfrute estival.
-¿Por qué no nos sumergimos en el fluido clorurado? –sugerí.
Mi propuesta fue aceptada inmediatamente y cruzamos las seis líneas que nos separaban de la orilla. Dimos unos pasos sobre la superficie blanda elaborada a base de fósiles triturados y nos acercamos al líquido que, al entrar en contacto con mis extremidades inferiores, provocó el descenso, en varios grados, de mi temperatura corporal.
-Esto me recuerda tanto al mar...-comentó mi compañero mientras chapoteaba en la sustancia cian.
-Pero si nunca lo has percibido visualmente –contesté.
-Ya, pero me lo imagino:
«El mar. La mar.
Sólo la mar...»- recitó ensimismado-.
-Es de un poeta del siglo XX del segundo milenio –añadió después de un silencio.
El estudio de las lenguas y la literatura antiguas le habían hecho adoptar esa forma tan arcaica de expresarse verbalmente. Incluso, a veces, llegaba a pensar que él percibía el entorno de un modo distinto, que –como él decía- lo “disfrutaba”. A mí, sin embargo, mi especialización en estructuras sólo me había proporcionado una posición de utilidad en el sistema social.
-Mi estómago se está quejando –exclamó al cabo de un corto periodo temporal.
-Sí, creo que es hora de ir pensando en el avituallamiento.
Nos acercamos hacia un puesto que ofrecía el servicio de intendencia y esperamos a que los encargados atendiesen a los individuos que habían llegado antes que nosotros y ya hacían cola ante el mostrador.
Mi acompañante logró causarme cierto sentimiento de estupefacción cuando nos tocó el turno. Mientras yo pedía una ración de mi habitual dieta hipocalórica, él se construyó un menú tan variado como discordante. Abonamos el importe con nuestras tarjetas sintéticas y nos retiramos a deglutir a uno de los espacios acondicionados para tal fin dentro del recinto.
Una vez concluido el proceso de la digestión, volvimos a ocupar nuestros puestos sobre los fósiles triturados para recibir rayos UVA.
A medida que pasaba el tiempo, más núcleos familiares con individuos menores de edad ocupaban el espacio y hacían que los decibelios creciesen hasta casi alcanzar el límite máximo permitido en el recinto. Los infantes correteaban distorsionando el orden riguroso de las filas y columnas de esterillas y sus familiares adultos se expandían, con sus útiles y aperos, en parcelas de una superficie muy superior a la recomendada.
La intensidad de los rayos luminosos empezó a decrecer y, poco después, anunciaron por los altavoces que la protección O3 dejaría de funcionar en 5.600 décimas.
Poco a poco, de manera más o menos ordenada, las personas fueron abandonando el recinto por las salidas indicadas. Nos aproximamos a una de las filas y, de nuevo, tuvimos que hacer cola para recoger nuestro vehículo.
Una vez descompactado, nos introdujimos en él y nos desplazamos lentamente detrás de otros medios de transporte por las vías de circulación.

Conclusión: ¡Odio a los domingueros!

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Rocío, creo que deberías escribir un libro, éste podría ser un buen capítulo. :)

Anónimo dijo...

Hola tocaya! Lleva razón tu amigo/a, puesto que escribes tan bien que merece la pena que publiques libros a lo largo de tu vida :) Verdad agm?
Pues espero que sigas escribiendo más relatos como estos que a mi me encantan.
Bueno, hasta otro comentario o tal vez te vuelva a escribir aquí mismmo. Besos.

Anónimo dijo...

es cierto, es como estar leyendo un fragmento de libro de esos que leías de pequeño.

Anónimo dijo...

Vaya tela!! Has vuelto!! pero en el fondo no se si me alegro de verdad, ahora que yo también volvía a escribir...ya leyendo lo tuyo lo mio es mejor que se quede escondido...maldita seas!!

P.D : por favor no pares nunca de escribir

L a T e n i a dijo...

Hola Rocío! Soy Sole. Fantástico. Me sumo a las calurosas alabanzas anteriores. Creo que eres de lo mejor que puede leerse en esta enorme y rara editorial blogera.
Saludos!

Rocío dijo...

Gracias, Sole. Me alegro de que me sigas leyendo de vez en cuando.
Me ha encantado el "mensaje de error de Internet Explorer" de tu blog.
:-)

cesar dijo...

Hola! Por fin me incorporo a tus lectores "virtuales". Bueno, ya te lo dije en su momento, pero este relato me encanta y además está fenomenalmente escrito. Un abrazo!