sábado, agosto 26, 2006

Ruegos y preguntas

Accediendo a las peticiones de mis lectores, publico un poema (estoy horrorizada). No hay mejor modo de demostrar mi ineptitud con el verso que acceder a vuestros ruegos.
Cualquier ser humano (es más, cualquier criatura viviente) es capaz de escribir mejor poesía que ésta. Como muestra, baste un breve ejemplo de poesía ecléctica, obra de mi hermana Elena: «Nada una rata entre excrementos, / mientras saboreas tu sopa de Avecrem» (y eso en cinco segundos... como comentario a mi poema).

Rutina

Late un árbol entre rascacielos.
Todo se repite infinitamente, por primera vez.

Volver a calzar medias de asfalto,
botas de raíles,
peinar tendido eléctrico,
dibujar con el dedo un plano irregular,
perderse en el laberinto de tentáculos.
Girar...
Besar palabras con los ojos,
fortaleza de libros polvorientos.
Tos. Silencio.
Subir escaleras.
Y después,
volver, peinar, dibujar, besar, toser...
A veces, una mariposa
-suave y silenciosa, como enamorarse-.
Volver...

Ya sabéis, se admiten peticiones, pero que cada uno cargue con las consecuencias de sus actos.

martes, agosto 22, 2006

Medusa-woman

A Elena
Pues sí, fíjate qué suerte tengo... así me van las cosas, ¿qué quieres que te diga? Ya no me extrañaría nada... ¿Tú has visto Spiderman? Pues igual, yo igualita... pero versión medusa. Más asqueroso, si cabe... Y menos práctico... porque, a ver, convertida en medusa... ¿a quién voy a salvar? ¿Te imaginas? ¿Qué clase de habilidades tendría? ¿Qué iba a hacer? ¿Picar a los malos? ¡Uuuh, qué miedo! Seguro que se ponen a llorar... pero de risa... Al menos, sería comestible, ahora que se ha puesto de moda la cocina oriental...
Todo el verano estudiando, sin salir de casa y, para un día que salgo, mira lo que me pasa... Si es que no puede ser... no puede ser. Si llego a saberlo, me quedo con mi libro de cálculo. Que estamos en agosto y estoy más blanca que los guiris... que la gente me habla en inglés... hasta por teléfono... Yo es que sigo la estética del siglo XIX, así palidita, que no me dé el sol... es que es la última moda, ¿sabes?
¿Y qué? El otro día digo: voy a ir a la playa, a ver si se me quita esta cara de ecuación de segundo grado que tengo... pero ya es suerte, ¿eh? Lo mío es de película... pero de película de terror... Lo que yo te diga...
Seguro que sólo había una medusa en la playa. Una solita, perdida. La medusa despistada. Porque no había más, que eso lo sé yo... que si no, habría más gente afectada, ¿no? Que no voy a tener yo tanta suerte... O habrían puesto la bandera amarilla... Pero es que tuvo que tocarme a mí. Sólo había una y me tocó a mí. A mí me tuvo que picar... Seguro que ni siquiera era una medusa... seguro que era un tentáculo que flotaba por ahí, a la deriva... Pero bueno, ¡¿qué le vamos a hacer?! Soy yo, soy yo... No podía pasarme nada bueno, no. ¿Ves? Si yo lo sabía... te tenías que haber quedado estudiando, me dije... si ya lo sabías, si siempre te pasa lo mismo... Pero no. Tenía que ir a la playa... No podía ir al cine o a dar una vuelta por el centro. No. Tenía que ir a la playa. Y bañarme. Justo donde estaba la medusa... Vamos, que lo mío no tiene nombre...
Y de eso, ¿cuánto hace? ¿tres? ¿cuatro días? ¿Y la picadura? Pues ahí sigue... Y cada vez me pica más... En vez de desaparecer... No. Ahí está. Incordiando...
Por eso digo lo de Spiderman... Que al chico, que era un alfeñique, le picó una araña... y mira cómo se puso. Que así cualquiera. Pero yo... ¿yo? Con la suerte que tengo... Ya verás... Que de superhéroe no tengo nada... Yo soy del club de ciencias... con mis gafitas y mi boli en el bolsillo... Y porque no soy un tío, que si no, llevaría camisa de cuadros... Y por muchas arañas que me piquen, no me voy a convertir en una heroína... Y mucho menos si me pica una medusa... Ya ves... Ni aunque me picara una ballena... Que vale, que las ballenas no pican, lo sé. Era por poner un ejemplo de algo muy grande... Que seguro que hay algo grande que pica, pero que a mí, ahora, así de pronto, pues no se me ocurre nada... Pero algún bicho habrá... Pero yo, de fauna, poco... Eso sí, de integrales y derivadas, pregúntame lo que quieras... lo que quieras... Que después de pasarme el verano entero estudiando, algo sabré contestarte...
Pero nada más... que la medusa no va a mejorar mis habilidades físicas... Además, ¿qué iba a hacer? Igual me vuelvo transparente o fosforesco (¿fosforesco? ¿eso existe?); emito fosforescencias... Pero poco más... A lo mejor me vuelvo blandengue... ¡uy, qué asco! Y eso, ¿para qué sirve? Para nada.
Pero las medusas no saben matemáticas... así que no me sirve para nada ser medusa-woman... para nada. Sólo me faltaba suspender el examen. Y no me extrañaría... después de tanto estudiar... un suspenso. Eso es.
Pues, ¿sabes qué? Como me suspendan el examen, pico al profesor.

miércoles, agosto 16, 2006

Despedidas

Hoy sopla poniente. Hay huellas de gaviota en la arena y las caracolas se amontonan en la orilla. El aire agita una sombrilla solitaria. El cielo pálido del verano se vuelve de un azul intenso que anuncia la llegada del otoño. El mar ya no es turquesa; es frío y verde y gris.
Una ráfaga hace volar la sombrilla, que cae al agua. Navega como una balsa con un mástil desnudo.
Los últimos turistas atrapan los rayos templados del sol. Las gotas de agua resbalan por la espalda de los bañistas más osados, formando meandros, y la sal dibuja estrías sobre las pieles tostadas.
La improvisada embarcación se aleja y los colores de su casco de tela se reflejan en la superficie brillante del mar.
Las olas baten el espigón y rompen en miles de diminutos cristales blancos, salpicando las rocas. El viento desplaza los cirros deshilachados.
A todos nos invade esa dulce melancolía de los atardeceres. Pero después de cada final siempre comienza otro ciclo. Y todos los principios son nuevos, como regalos. Y el otoño nos sorprenderá con sus hojas doradas en los árboles, sus paraguas de colores, su cielo gris y sus charcos, sus despertadores...
Y, aunque aún vendrán días calurosos y el sol nos saludará en alguna mañana brillante, nos hacemos a la idea de que se acaba el verano. Y nos despedimos –adiós, calor; adiós, vacaciones; adiós, sandalias...

Y el verano se nos escapa –como un puñado de arena– entre los dedos...

martes, agosto 15, 2006

Alquiler

Es que aquí no existe tanta tradición de alquilar pisos como en el resto de Europa. En otros países, la mayoría de la gente vive de alquiler. Las familias enteras y durante toda su vida. Pero aquí no. Aquí nos gusta ser propietarios, saber que tenemos todos los derechos sobre las cuatro paredes entre las que vivimos.
–Sí, pero... ¿y la libertad que supone no tener ninguna responsabilidad (o propiedad) que te ate a un lugar determinado? Nunca se sabe las vueltas que puede dar la vida y un día estás aquí y, al día siguiente, allí. Además, la hipoteca es como el peso de hierro que arrastran los reos, un grillete en torno al tobillo.
–¿Pero con qué seguridad puedes vivir si, un día, el hijo, la sobrina o el tataranieto del propietario decide independizarse (así cualquiera) y ¡zas!, como por arte de magia, tu contrato de alquiler no se renueva?

El papel del arrendador es tan sacrificado... Siempre pendiente de las necesidades del inquilino, tratando de solucionar los problemas que puedan surgir de la manera más pacífica posible (que se ha fundido la luz de la cocina, que la lavadora hace un ruido raro, que hay una gotera en el cuarto de baño), que viva a gusto, que no tenga quejas... pero que tampoco provoque protestas entre los vecinos. Es difícil encontrar al arrendatario adecuado. Muy difícil. Quizá un comprador potencial. A lo mejor llega a convertirse en propietario de la vivienda alquilada.
Y cuando crees que lo has encontrado, que está hecho a la medida del piso, que se va a quedar para siempre... De pronto, un día, dice que se va, que te avisa con un mes de antelación, según lo estipulado en el contrato, que ha surgido algo, que tiene que trasladarse... Y hace las maletas, empaqueta sus pertenencias, y amontona cajas de cartón en el pasillo, junto a la puerta; cajas en las que garabatea palabras que definen su contenido –libros, discos, zapatos–,...
Y, de nuevo, la casa vacía. Sólo te ha dejado una capa de pintura azul en las paredes del dormitorio, algunas perchas de plástico y un bolígrafo que rodó debajo del sofá.

El último inquilino se ha marchado... y sólo me ha dejado telarañitas...

lunes, agosto 14, 2006

¡Encontrada!

Muchas veces no hay que buscar las historias; ellas te encuentran a ti. Pueden estar en cualquier parte –escondidas, acechando– y, cuando menos lo esperas, te asaltan y te obligan a coger el bolígrafo. A veces se disfrazan de noticias del telediario, o te esperan en una frase que escuchaste en la calle, o se transparentan en algo que pasó... o que no pasó.
Pero las cosas han cambiado mucho, los cuentos de hadas ya no son lo que eran. Ahora los príncipes son estudiantes distraídos y soñadores; los caballeros andantes luchan sin demasiado éxito contra los contratos abusivos; las princesas bostezan sirviendo mesas en bares grasientos; los náufragos envían sus mensajes en servilletas arrugadas –Gracias por su visita– y los dragones están en peligro de extinción.
–¡Camarero! Una ración de ancas de rana... a ver si emparento con la familia real.

martes, agosto 08, 2006

Verano

Hacía apenas 1.538 centésimas que habían activado la protección ambiental O3 y ya resultaba difícil encontrar un espacio en el que ubicar la esterilla de confort vertical.
Encontré un hueco a siete filas de la orilla y extendí allí mi toalla de 30x30 metapíxeles color equinol, tratando de ocupar dos puestos.
Estiré el cuello para localizar a mi acompañante, que se había quedado atrás compactando su vehículo para almacenarlo en el aparcamiento comunitario situado a la entrada del recinto de disfrute estival 124. La afluencia masiva de personas complicaba mi labor. Sólo veía filas de hormigas deslizándose por las rampas de acceso. Cuando le vi aparecer bajo el arco de metacrilato, empecé a agitar los brazos y a llamarle por su nombre para que me localizase entre la multitud, de manera que mis vecinos de esterilla se volvieron para reprobarme por la contaminación acústica que estaba causando.
Mi compañero llegó lo más deprisa que pudo, después de esquivar a una unidad familiar numerosa que se había desplazado hasta el recinto pertrechada de todo tipo de electrodomésticos para la protección solar y el preparado de alimentos. Saludé su llegada con optimismo, ya que en aquel momento se acercaba hacia mí un sujeto de género masculino con un IMC bastante elevado y una incipiente alopecia, para reprenderme –según me permitió averiguar mi telepatía- por ocupar dos posiciones con mi toalla.
Después de aplicarnos la solución autobronceadora, permanecimos en silencio uno al lado del otro, en posición vertical y rodeados por todas partes de la multitud transpirante, a medida que las ondas sonoras se amplificaban a nuestro alrededor.
Estaba totalmente concentrada tratando de calcular la periodicidad con que las ondulaciones de la superficie heliográfica llegaban a la orilla, cuando la voz de mi compañero me sacó del letargo en el que estaba sumida:
-Parece que la melanina no acude a la llamada del astro rey.
Giré la cabeza para observarle. Mis músculos faciales reaccionaron, los pómulos se me contrajeron elevando las comisuras de los labios. Realmente su aspecto era risible. Alto, desgarbado, con el pelo pajizo y la epidermis tan blanca que reflectaba todos los rayos de la enana blanca que nos iluminaba.
-Desde luego,- confirmé –tu dermis no parece dispuesta a captar los rayos UVA.
La verdad es que mi superficie corporal tampoco se había oscurecido demasiado, pero, a su lado, parecería que me pasaba todas mis fracciones temporales no lectivas en el recinto de disfrute estival.
-¿Por qué no nos sumergimos en el fluido clorurado? –sugerí.
Mi propuesta fue aceptada inmediatamente y cruzamos las seis líneas que nos separaban de la orilla. Dimos unos pasos sobre la superficie blanda elaborada a base de fósiles triturados y nos acercamos al líquido que, al entrar en contacto con mis extremidades inferiores, provocó el descenso, en varios grados, de mi temperatura corporal.
-Esto me recuerda tanto al mar...-comentó mi compañero mientras chapoteaba en la sustancia cian.
-Pero si nunca lo has percibido visualmente –contesté.
-Ya, pero me lo imagino:
«El mar. La mar.
Sólo la mar...»- recitó ensimismado-.
-Es de un poeta del siglo XX del segundo milenio –añadió después de un silencio.
El estudio de las lenguas y la literatura antiguas le habían hecho adoptar esa forma tan arcaica de expresarse verbalmente. Incluso, a veces, llegaba a pensar que él percibía el entorno de un modo distinto, que –como él decía- lo “disfrutaba”. A mí, sin embargo, mi especialización en estructuras sólo me había proporcionado una posición de utilidad en el sistema social.
-Mi estómago se está quejando –exclamó al cabo de un corto periodo temporal.
-Sí, creo que es hora de ir pensando en el avituallamiento.
Nos acercamos hacia un puesto que ofrecía el servicio de intendencia y esperamos a que los encargados atendiesen a los individuos que habían llegado antes que nosotros y ya hacían cola ante el mostrador.
Mi acompañante logró causarme cierto sentimiento de estupefacción cuando nos tocó el turno. Mientras yo pedía una ración de mi habitual dieta hipocalórica, él se construyó un menú tan variado como discordante. Abonamos el importe con nuestras tarjetas sintéticas y nos retiramos a deglutir a uno de los espacios acondicionados para tal fin dentro del recinto.
Una vez concluido el proceso de la digestión, volvimos a ocupar nuestros puestos sobre los fósiles triturados para recibir rayos UVA.
A medida que pasaba el tiempo, más núcleos familiares con individuos menores de edad ocupaban el espacio y hacían que los decibelios creciesen hasta casi alcanzar el límite máximo permitido en el recinto. Los infantes correteaban distorsionando el orden riguroso de las filas y columnas de esterillas y sus familiares adultos se expandían, con sus útiles y aperos, en parcelas de una superficie muy superior a la recomendada.
La intensidad de los rayos luminosos empezó a decrecer y, poco después, anunciaron por los altavoces que la protección O3 dejaría de funcionar en 5.600 décimas.
Poco a poco, de manera más o menos ordenada, las personas fueron abandonando el recinto por las salidas indicadas. Nos aproximamos a una de las filas y, de nuevo, tuvimos que hacer cola para recoger nuestro vehículo.
Una vez descompactado, nos introdujimos en él y nos desplazamos lentamente detrás de otros medios de transporte por las vías de circulación.

Conclusión: ¡Odio a los domingueros!