martes, septiembre 19, 2006

Ahora sí. El verano se acaba, las mañanas huelen a colegio, a otoño. Uno se da cuenta cuando vuelve de las vacaciones, el último viaje del verano. Entonces, una mañana se levanta y ve que no brilla el sol. Es la misma hora de siempre, pero aún no ha amanecido del todo. Aún el cielo es como una acuarela gris y rosa.
Y otra vez se encuentra ante el precipicio de lo nuevo, aunque nunca será tan nuevo como la primera vez. Pero siempre aparece el hormigueo, ese miedo a lo desconocido. El salto al vacío. Como salir a un escenario para actuar ante un público expectante. Como un funambulista en la cuerda floja, no puede dar un paso en falso. El primer movimiento es fundamental.
Pero el tiempo vuela y Uno se pasa la vida despidiéndose. Despidiéndose de gente a la que, tarde o temprano, volverá a ver. ¿Realmente merece la pena? ¿Cómo renunciar al desconsuelo que producen los «adiós», los «buen viaje», los «escríbeme», los «iré a visitarte» o «volveré pronto»...?Así, Uno termina por no parecerse a sí mismo. Se convierte en una fotografía sepia, un retrato desdibujado. Sólo un recuerdo...